viernes, 27 de marzo de 2015

Causas de los derribos de conventos en Cádiz

He relatado en anteriores posts las circunstancias que rodearon el derribo de algunos conventos en Cádiz.

Por lo que se refiere a los franciscanos descalzos, parece que estos tenían mala fama por no haber auxiliado a los gaditanos que huían de los soldados cuando estos tiroteaban indiscriminadamente a todo aquel que se encontraban en la calle el 10 de marzo de 1820, día que se pretendía proclamar de nuevo en Cádiz la Constitución de 1812. También he explicado que esa mala fama podía haber sido provocada por Adolfo de Castro al relatar los hechos en su Historia de Cádiz. No obstante, hay que pensar que el convento fue derribado en 1868, nada menos que cuarenta y ocho años después de los hechos relatados por Castro, y estaba vacío desde 1835. Estas circunstancias descartan la animadversión contra los franciscanos descalzos como causa directa del derribo

Las razones aducidas explicitamente por los que deseaban el derribo fueron fundamentalmente dos: La primera,  que el estado ruinoso del edificio y el consiguiente peligro hacía necesario el derribo; la segunda fue la necesidad de dar trabajo a los jornaleros de Cádiz, ciudad que atravesaba una conyuntura económica muy apurada.   

EN PRIMER PLANO EL CONVENTO DE LOS DESCALZOS

Por lo que se refiere al convento de monjas de Nuestra Señora de la Candelaria, los argumentos fueron prácticamente idénticos. Por una parte se acudió al mal estado del edificio y a que el desplome de alguno de sus muros podía producir un grave peligro para los transeúntes; por otro, hasta la autoridad eclesiástica se refirió a la posibilidad de dar trabajo a los jornales, aunque, claro está, no para derribar el edificio, sino para subsanar los daños.

PLAZA DE LA CANDELARIA

Durante los años que mediaron entre el derribo de Los Descalzos (1868) y el de La Candelaria (1873) también se derribó el de la Merced; pero este hacía ya tiempo que se había modificado para albergar la Fábrica del Gas, por lo que se puede decir que ya no se derruía un convento, sino un edificio del que casi no había conciencia de que había sido un convento.

LA FÁBRICA DEL GAS DE CÁDIZ

Por último, el convento de San Francisco no fue derribado, pero sí una parte de él, (como la sede de la Orden Tercera de San Francisco, con su templo incluido).  Parte del convento se aprovechó para la Sede de la Academia de Bellas Artes de Cádiz y para el Museo Provincial; además su extenso huerto fue convertido en  una plaza pública, la plaza de Mina.

Si se miran los efectos directos de los derribos de los conventos aludidos y del uso de sus huertos, se pueden apreciar realmente cuál era el motivo real de todas las actuaciones en este sentido. Mi conclusión es que en Cádiz no había una especial inquina contra los monjes o monjas de unos conventos cuyo estado de conservación no debía ser tan acuciante en términos de seguridad. Pascual Madoz ya hablaba en 1846 (en su diccionario) del estado ruinoso de Los Descalzos y La Candelaria, que más de veinte años después seguían en pie sin que hubiese sucedido ningún desplome o accidente.

Entonces, ¿Cuáles fueron esos efectos directos? Pues, si se mira la figura que incluyo debajo de estas líneas se puede ver claramente: una ganancia de espacio en una ciudad muy carente del mismo.

ESPACIO GANADO EN CÁDIZ CON EL DERRIBO DE CONVENTOS 
Y UTILIZACIÓN DE SUS HUERTOS

El mapa representa la zona de Cádiz interior a las Puertas de Tierra, donde sobre 1868 se concentraban más de 70 000 habitantes. 
  • En rojo la superficie de la Plaza de la plaza de Mina, antiguo huerto de los Franciscanos.
  • En azul el mercado de abastos y los edificios construidos en el solar de los Descalzos. 
  • En negro la plaza resultante del solar del derribo del convento de la Candelaria
  • Y en verde la plaza de la Merced.
En conclusión, no niego que existiera en Cádiz cierta inquina contra algunos frailes ni que tuviera su importancia el hecho de dar trabajo a los más necesitados. El estado de ruina de algunos edificios fue una excusa: puestos a elegir era más fácil hacerlo con estos. Pero, a mi entender, la razón fundamental, consciente o inconscientemente, era de tipo urbanístico. Una ciudad con muy escasa superficie y relativamente muy poblada para la época, necesitaba urgentemente espacio. Hay que tener en cuenta que por entonces el terreno situado extramuros era zona declarada oficialmente como sensible en materia de seguridad y cualquier edificación o urbanización planeada en la misma se encontraba con la dificultad de conseguir la autorización de la autoridad militar.

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domingo, 22 de marzo de 2015

Primer intento de derribar La Candelaria de Cádiz

VISTA AÉREA DE LA PLAZA DE LA CANDELARIA, 
LUGAR QUE OCUPABA EL CONVENTO DEL MISMO NOMBRE

El monasterio de Nuestra Señora de la Candelaria, de monjas agustinas calzadas, se estableció inicialmente en la ermita del Rosario con religiosas nacidas en Cádiz, a las que se agregaron dos agustinas procedentes de Jerez. Más tarde se trasladaron a su ubicación definitiva cuando, siendo obispo Antonio Zapata, compró tres casas junto a una ermita propiedad de moriscos, que había pasado  a disposición del Obispado tras su expulsión, decretada en 1609. En 1846 contaba con veintitrés monjas, siete menos de las autorizadas, y ya se encontraba en muy mal estado de conservación. Tras la revolución de 1868 se convirtió en uno de los principales objetivos de las autoridades locales republicanas, que terminaron por derribarlo en 1873.


Entre enero y octubre de 1869, el primer Ayuntamiento gaditano elegido por sufragio universal masculino, el dirigido por el republicano Rafael Guillén Estévez, comenzó a hacer gestiones para conseguir la cesión de alguno de los tres conventos de monjas que había en Cádiz. El decreto de 18 octubre de 1868 contemplaba la exclaustración e incautación de la mitad de los existentes, por provincias. 

La orden de Sagasta de 20 de noviembre, inserta en la Gaceta de Madrid de 18 de noviembre de 1868 y la circular del gobernador civil de Cádiz, publicadas el 28 del mismo mes en el Boletín Oficial de la Provincia, pidiendo a los Ayuntamientos que informasen a los gobernadores de provincia de los conventos que consideraban conveniente exclaustrar, no se habían ejecutado hasta el momento. No habiendo un plazo límite para hacerlo, todo parecía indicar que ahora la petición podía ser atendida sin dificultad. 

Pero las gestiones iniciales, decididas por Guillén el 16 de febrero de 1869, no tuvieron en cuenta dichas disposiciones y no se dirigieron al gobernador de provincia sino directamente al Gobierno. Este no envió ninguna respuesta y a finales de abril el Municipio reactivó las gestiones para lograr la cesión de alguno de los conventos de monjas, dirigiendo ahora la petición al gobernador civil, como tendría que haberse hecho desde el principio. 

Basándose en la necesidad de locales para las escuelas públicas, el Municipio se refería implícitamente a La Candelaria cuando decía en la petición al gobernador: “Algunos de los edificios eclesiásticos sujetos al decreto de incautación de los bienes del clero del 18 de octubre son muy a propósito para este fin”. Tuvo lugar una reunión entre representantes del Ayuntamiento y el gobernador civil en la que este comunicó que no podía acceder a la entrega de ningún convento de monjas porque aún no se había procedido a la incautación acordada por decreto de 18 de octubre del año anterior. 

La contestación del gobernador era una excusa, porque la condición para que se produjera la incautación era precisamente que los Municipios le informasen de sus necesidades y eso era lo que estaba haciendo el de Guillén. Ante la negativa, el Cabildo Municipal se limitó a pedir al gobernador que una vez obtenida la propiedad de estos bienes, fuesen entregados al Municipio. Pero ninguno de los sucesivos Gobiernos del Sexenio Democrático hizo gestión alguna para cumplir lo contemplado en el decreto de 18 octubre de 1868, en lo que respecta a los conventos de monjas de Cádiz.. 

En junio de 1869 el Ayuntamiento de Rafael Guillén seguía realizando gestiones para conseguir el edificio de La Candelaria. Pero por otra vía: en vista de que la exclaustración de monjas no se realizaba, la Comisión Municipal de Obras Publicas propuso que se pidiera autorización al obispo (fray Félix) para que se practicase un minucioso reconocimiento del convento de Nuestra Señora de la Candelaria, atendiendo al estado ruinoso en que se encontraba, a juicio de la Comisión. El mal estado del edificio era conocido desde mucho tiempo atrás y podía justificar su derribo, en caso de que no hubiese reparación posible, para atender tanto a la seguridad personal de los transeúntes que pasaban por sus inmediaciones como a la de las monjas que residían en su interior.

Antes de estas gestiones, en marzo de 1869, el arquitecto municipal había inspeccionado otro convento de monjas, el de concepcionistas calzadas de Santa María, pero se comprobó que su estado de conservación era bueno. Además, parece que en ese reconocimiento no hubo intención semejante a la que movió a hacerlo con el de la Candelaria, pues el alcalde Guillén había comunicado al obispo que las razones de la inspección eran practicar un reconocimiento necesario para poder resolver la solicitud de un ciudadano, que reclamaba la apertura de varios huecos en una finca contigua al referido convento, que se le mandaron cerrar por el anterior Municipio. 

Tras la promulgación de la Constitución de 1869, que sancionaba ola Monarquía, los republicanos de Guillén se mostraron más activos en sus intentos de apropiarse de La Candelaria. El 6 de julio de 1869 se solicitó formalmente a la Administración de Hacienda Pública la entrega de los conventos de monjas de la Candelaria y las Descalzas, “de que deberá haberse incautado en cumplimiento de lo dispuesto por el Gobierno provisional en lo relativo a supresión de comunidades religiosas”. Pero ni el Gobierno se había incautado los conventos de monjas de Cádiz ni había mostrado desde el principio de la revolución intención de hacerlo. 

Al no obtenerse respuesta de la Administración de Hacienda, se trató de llegar al derribo del convento de la Candelaria con la excusa de que su mal estado de conservación obligaba a hacerlo para mantener la seguridad pública. Esta táctica ya se había iniciado poco antes de la promulgación de la Constitución, pues, como se ha indicado más arriba, el alcalde había solicitado el prelado a finales de junio autorización para que una comisión municipal practicase un minucioso reconocimiento en el interior del convento. La inspección obtuvo como resultado la confirmación de que el inmueble estaba ruinoso en más de su tercera parte y el resto se encontraba en muy mal estado de conservación, por lo que debía “ser desalojado en el más breve plazo posible con el fin de evitar las desgracias que pudieran ocurrir”. Sebastián Herrero, que acababa de sustutuir a Vicente Roa como gobernador eclesiástico, en nombre del obispo, mostró su desacuerdo y pidió un nuevo reconocimiento mediante un escrito que llegó al Cabildo Municipal el 1 de septiembre

El alcalde aceptó, enviando al obispo el 11 de septiembre de 1869 un nuevo dictamen del arquitecto municipal. El muro del costado sur del edificio, que daba frente a la calle Bilbao, hacía mucho tiempo que estaba en muy mal estado por falta de cimientos. En la parte que daba frente a las calles de la Candelaria y el Torno se habían insertado hacía mucho tiempo unos pilares de cantería en toda su altura, con los que se consiguió contener el muro hasta el 1864, año en el que se añadieron unos tirantes de hierro, operación que no logró detener los progresos del deterioro. Sobre los techos de dicho costado se informaba: “Hoy se halla deshabitado este departamento por temor sin duda a una catástrofe”. Al costado del Oeste, todas las habitaciones se encontraban “en malísimo estado”, como también los muros y techos. Las cubiertas de la iglesia y su torre se encontraban “en inminente estado de ruina y cortada la trabazón de los macizos en varias partes”. En resumen, se estimaba que el edificio se hallaba “ruinoso en más de su tercera parte” y que el resto de él se encontraba “en malísimo estado de conservación”, por lo que era necesario desalojar los locales en el más breve plazo posible, “con el fin de cortar las desgracias que pudieran ocurrir no adoptando una medida pronta y eficaz en este asunto”.


ESPACIO QUE OCUPABA LA CANDELARIA (TRAPECIO LIMITADO EN BLANCO)
COMPÁRESE CON EL HUERTO Y CONVENTO DE LOS DESCALZOS (ROJO Y AZUL)

Tras recibir el dictamen municipal, Sebastián Herrero remitió el 20 de septiembre un nuevo escrito al alcalde en el que no admitía la validez de la inspección  municipal ni estaba de acuerdo en que el convento estuviera en estado de ruina o necesitase ser desalojado. Guillén estaba tan convencido de llevar la razón que el 22 de septiembre de 1869 aceptó por escrito que el Obispado enviase un perito y se volviera a hacer un nuevo reconocimiento. La inspección no se llegó a efectuar y las dilaciones salvaron por el momento al convento de la Candelaria porque muy pronto la insurrección republicana de octubre iba a dar lugar a la disolución de la corporación dirigida por Guillén.

La Constitución trajo como consecuencia la radicalización de los republicanos, que en octubre de 1869 organizaron múltiples revueltas por diversos lugares. Enre ellos, Fermín Salvochea y José Paúl y Angulo se alzaron en la sierra de Cádiz. El levantamiento fue utilizado como excusa para acabar con el Ayuntamiento de Guillén y sustituirlo por otro provisional, dirigido por Juan Valverde, que pararía todas las medidas laicistas locales, y entre ellas la cuestión del derribo de Candelaria. Habría que esperar a un nuevo Municipio elegido popularmente y a la llegada de la República, para ver como La Candelaria caía por los suelos. 

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viernes, 20 de marzo de 2015

Semblanza del obispo Félix Mª de Arriete y Llano



La personalidad más destacada de la Iglesia de Cádiz durante el Sexenio Democrático fue sin duda su obispo, Félix María de Arriete y Llano. Había nacido en Cádiz el 15 de marzo de 1811, en la calle San Miguel número 8, no muy lejos de la catedral. El 20 de enero de 1828 ingresó como novicio en el convento de Capuchinos de Santa Catalina de Cádiz, profesando el 21 de enero del año siguiente. El 4 de abril de 1835 fue ordenado sacerdote por el obispo gaditano Domingo de Silos Moreno. Cuando se produjo poco después la exclaustración de religiosos, fray Félix continuó residiendo durante algún tiempo en la ciudad, alojándose en la casa de un prebendado de la catedral que era patrono del oratorio de la Santa Cueva, donde estuvo ejerciendo su ministerio sacerdotal. 

En 1839 viajó a Italia, pasando algún tiempo con los capuchinos de Lucca. De vuelta a Cádiz, residió en el Seminario Conciliar donde conoció a Vicente Roa, que en 1869 sería su secretario de cámara y gobernador eclesiástico. Volvió a ejercer en el oratorio de la Santa Cueva y también en la iglesia de Santiago, junto al Seminario, hasta 1850.

Ese año abandonó de nuevo Cádiz, pasando a Málaga donde conoció a Antonio María Claret cuando este marchaba hacia Cuba para hacerse cargo del arzobispado de Santiago. Tras regresar a España como confesor de la reina en 1857, Claret mostró gran interés en promover al capuchino para ocupar el puesto que él había dejado en Cuba. La negativa de fray Félix sirve para comprobar algunos de los rasgos más destacados de su carácter. Aunque en un principio aceptó el cargo porque se lo pidieron varios destacados capuchinos, finalmente renunció, justificando su postura en el clima de Cuba y la repercusión que tendría sobre su salud. Aunque era conocido que tenía ciertos “padecimientos del pecho”, el mismo Claret achacaba la renuncia más a su humildad que a su mala salud.

En 1862, por decreto de 6 de febrero, la reina Isabel le designó como obispo de Cádiz y el fraile opuso de nuevo toda la resistencia posible, esgrimiendo ante el nuncio Barilli su condición de gaditano y la circunstancia de tener un hermano en Cádiz cuya mala conducta era conocida, como razones que no aconsejaban su nombramiento. La reina mantuvo la designación y Arriete se vio obligado a aceptarla el 14 de abril de 1863. El 1 de mayo se dirigió al nuncio para comunicarle que no tenía dinero para comprarse la ropa propia de su nueva posición. El 1 de octubre de 1863 “el reverendo padre Félix María de Arriete, de la orden de Capuchinos, natural de Cádiz, predicador de su orden y misionero apostólico”, fue preconizado por el papa. El 6 de marzo de 1864 fue consagrado en la capilla del Palacio Real de Madrid, por expreso deseo de la reina, siendo apadrinado por el príncipe de Asturias, don Alfonso. El 15 de marzo de 1864 entró en Cádiz y el 16 ocupó la silla episcopal. 

Por lo que respecta a las circunstancias que rodearon su promoción a la silla episcopal, hay que tener en cuenta que el Concordato de 1851 establecía un turno riguroso entre la Corona y la Santa Sede en el nombramiento de arzobispos y obispos y fray Félix fue elegido por la Corona durante la etapa de predominio político de la Unión Liberal de Leopoldo O´Donnell. Su designación, fruto de la conciliación entre el liberalismo moderado isabelino y el papado de Pío IX sancionada por el Concordato, se produjo en torno a la definición profundamente antiliberal del Sillabus Errorum, y poco antes de la vuelta de Narváez (en septiembre de 1864)  al Gobierno y la campaña de los "neocatólicos" contra los profesores krausistas. La condición de predicador de fray Félix hace un tanto excepcional su promoción al episcopado. Desde 1857, año en que Claret llegó a España de regreso de Cuba, hasta la designación de fray Félix, fueron ocupadas treinta y siete sillas episcopales, cuestión en la que desempeñó un importante papel el confesor de la reina. De los prelados elegidos, bien por la Corona, bien por la Santa Sede, al menos dieciséis tenían la titulación de doctor (sobre todo en Teología o Cánones, pero también en Leyes o Filosofía), otros ocho eran licenciados y uno bachiller. Los doce prelados que no tenían una titulación oficial reconocida habían desempañado canonjías, habían sido rectores, vicerrectores o catedráticos de Seminarios, o habían ocupado el puesto de abades. Sin embargo, fray Félix llegó a la dignidad episcopal siendo tan solo un predicador de la orden de Capuchinos, sin distinguirse por una formación significativa o haber ejercido previamente algún cometido de importancia. 

La promoción de miembros del clero regular al episcopado fue muy poco frecuente durante la época isabelina. En todo caso, los escasos religiosos que llegaron a ocupar la prelatura lo hacían normalmente en sillas de Ultramar, donde era conveniente su aportación como misioneros. José María León y Domínguez, profesor del Seminario de Cádiz siendo fray Félix obispo, y canónigo de la catedral gaditana con posterioridad, afirmaba con razón que todo el pontificado del obispo gaditano se caracterizó por sus continuas visitas a los pueblos de la  Diócesis. Este celo pastoral le impediría estar presente en la capital de la Diócesis en los momentos más críticos del Sexenio Democrático, especialmente durante la etapa republicana federal. Pero esto no fue obstáculo para que expresara en todo momento su oposición a las disposiciones eclesiásticas de los Gobiernos del periodo, mediante reclamaciones escritas dirigidas a las Cortes, a los ministros de Gracia y Justicia o a los presidentes de los distintos Gabinetes, en las que se aprecia su punto de vista respecto a la política secularizadora revolucionaria. 

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REFERENCIAS:
  • JOSÉ CHAMIZO de la RUBIA, J., “Fray Félix María de Arriete y Llano, 1864-1879” Hispania Sacra, 97 y 98 (1996), pp. 329-82 y 443-88.
  • JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO 
    • Sociología de una elite de poder de España e Hispanoamérica Contemporáneas. La jerarquía eclesiástica 1789-1965, Córdoba (Argentina), Ediciones Escudero, 1976, p. 182.
    • Sociología del episcopado español e hispanoamericano: (1789-1985), Madrid, Pegaso, 1986, pp. 514-521.
  • JOSÉ MARÍA LEÓN y DOMÍNGUEZ, J. M. Recuerdos gaditanos, Cádiz, Tipografía de Cabello y Lozón, 1897.

jueves, 19 de marzo de 2015

Los conventos de monjas de Cádiz en 1868

Los conventos de monjas de Cádiz no fueron exclaustrados en 1835, como lo fueron todos los de varones, ratificándose su continuidad tras la aplicación del artículo treinta del Concordato de 1851, que decía: 

“Para que haya también casas de mujeres, en las cuales puedan seguir su vocación las que sean llamadas a la vida contemplativa, y a la activa de asistencia de enfermos, enseñanza de niñas y otras obras y ocupaciones tan piadosas como útiles a los pueblos, se conservará el Instituto de las Hijas de la Caridad bajo la dirección de los clérigos de San Vicente de Paúl, procurando el Gobierno su fomento. También se conservarán las casas de religiosas que a la vida contemplativa reúnen la educación y enseñanza de niñas y otras obras de caridad. Respecto a las demás Órdenes, los prelados propondrán las casas de religiosas en que convenga la admisión y profesión de novicias, y los ejercicios de enseñanza y de caridad que sea conveniente establecer en ellas. No se procederá a la profesión de ninguna religiosa sin que se asegure antes su subsistencia en la debida forma”.

Eran el de Nuestra Señora de la Piedad, de franciscanas concepcionistas descalzas, conocido popularmente como “Las Descalzas”, el de Santa María de la Concepción, de franciscanas concepcionistas calzadas, y el de Nuestra Señora de la Candelaria, de agustinas calzadas.
RÓTULO ACTUAL EN LA FACHADA DE LA PIEDAD

El primero, situado en la calle Montañés, fue fundado en 1642, junto con su iglesia, por el canónigo Jerónimo Fernández de Villanueva, con tres monjas procedentes del convento del Caballero de Gracia de Madrid. Desde 1846 tenía autorizada la estancia máxima de treinta y seis monjas, aunque en ese momento tenía cinco menos del cupo mencionado. 

El de Santa María de la Concepción podía tener un máximo de veinticuatro monjas dedicadas a enseñanza de alumnas internas, aunque en 1846 sólo contaba con diez. Situado en la calle de su nombre, fue el primer convento que tuvo Cádiz después de su conquista. Su fundación se produjo en 1527 por petición del Ayuntamiento, cediendo el Cabildo Eclesiástico la ermita de Santa María, que se encontraba en el arrabal del mismo nombre234. En 1596 fue destruido durante el asalto angloholandés a Cádiz, iniciándose su reconstrucción poco tiempo después. Su templo data de principios del siglo XVII, sufriendo una ampliación en 1616. El claustro fue levantado en 1631.

IGLESIA DEL CONVENTO DE SANTA MARÍA EN LA ACTUALIDAD

Por último, el monasterio de Nuestra Señora de la Candelaria se había establecido inicialmente en la ermita del Rosario con religiosas nacidas en Cádiz, a las que se agregaron dos agustinas procedentes de Jerez. Más tarde se trasladaron a su ubicación definitiva cuando, siendo obispo Antonio Zapata, compró tres casas junto a una ermita propiedad de moriscos, que había pasado disposición del Obispado tras su expulsión, decretada en 1609. En 1846 contaba con veintitrés monjas, siete menos de las autorizadas, y ya se encontraba en muy mal estado. Tras la revolución de 1868 se convirtió en uno de los principales objetivos de las autoridades locales republicanas, que terminaron por derribarlo en 1873.

PLAZA DE LA CANDELARIA, DONDE ESTUVO EL CONVENTO DEL MISMO NOMBRE


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miércoles, 18 de marzo de 2015

¿Fueron populares las medidas de Salvochea?

Como he citado en mi anterior intervención, Fermín Salvochea desarrolló en Cádiz, en un periodo muy corto de tiempo, una serie de medidas laicistas. Todas ellas quedarían derogadas a principios de agosto de 1873 con la caída del Cantón de Cádiz en manos de las fuerzas del Ejército, comandadas por el general gaditano Manuel Pavía y RodrÍguez de Alburquerque, en aquellos momentos capitán general de Andalucía. 

EL GENERAL PAVÍA

La pregunta que me planteo ahora es si las medidas de Salvochea respondían a una demanda social, más o menos extendida, o si fueron impuestas sobre una población poco dispuesta a aceptarlas.


Me parece oportuno repetir aquí las medidas a las que me estoy refiriendo:

Entre marzo y julio de 1873, desde el Ayuntamiento: 
  • Derribo del convento de monjas e iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria.
  • Aprobación de un nuevo Reglamento de Beneficencia Municipal que eliminaba las Juntas Parroquiales y prescindía de los miembros del clero.
  • Secularización del cementerio municipal
  • Eliminación de todos los símbolos religiosos de las calles, incluyendo nombres de santos o relativos a cosas religiosas.
  • Apropiación de los templos de los conventos desamortizados de La Merced, Santa Catalina y San Francisco, así como de sus obras artísticas.
  • Intento de vender la Custodia del Corpus Christi.
En julio, como presidente del Comité de Salud Pública del Cantón de Cádiz:
  • Extensión de la secularización de cementerios a toda la provincia.
  • Prohibición de todo culto externo.
  • Apropiación de todas las iglesias menos las parroquias, así como de los dos conventos de monjas que quedaban abiertos en Cádiz, 
  • Desalojo del Seminario Conciliar de San Bartolomé. 
El análisis de la participación en manifestaciones públicas favorables o contrarias a los hechos puede dar una idea aproximada del grado de secularización de los ciudadanos y serviría para para establecer hasta qué punto la política laicista de Salvochea fue consecuencia del estado de alejamiento de algunas capas de la sociedad de los comportamientos religiosos o si más bien se trataba de imponer esos comportamientos por medio de normas legales que no reflejaban la situación real, sino que trataban de forzarla en la dirección deseada. 

En Cádiz, el voto favorable al Partido Republicano, tanto en las elecciones municipales de enero de 1869 como en las de marzo y marzo y julio de 1873, no debe interpretarse como una muestra del alejamiento del catolicismo de los gaditanos. N
o parece que la mayoría de los votantes del Partido Republicano en las elecciones municipales de 1869 y 1873 pueda definirse como anticatólica o antirreligiosa. De hecho, la gran caída en la participación electoral en las elecciones municipales de julio de 1873 (menos del veintidós por ciento del electorado) sugiere la desafección hacia las medidas laicistas de Salvochea de un parte importante de los republicanos que le habían votado en marzo del mismo año. Hay que admitir, por otra parte, que la mujer, excluida aún del derecho al voto, debía tener, como poco, la misma orientación católica que la mayoría de los varones. 

Las manifestaciones directas, tanto a favor como en contra, de las medidas laicistas de Salvochea contaron con un número muy reducido de ciudadanos. Resulta curioso constatar que a pesar de la nula participación política de la mujer y el escaso reconocimiento de sus actividades sociales fuesen dos asociaciones femeninas, la Asociación de Hijas de la Inmaculada Concepción y la Junta de Damas las que se mostraran particularmente activas con motivo del derribo del convento de monjas de Nuestra Señora de la Candelaria en 1873. Ambas instituciones no dudaron en movilizarse, manifestándose en las calles a favor de la religión católica y la conservación de los conventos de monjas, tratando de convencer a las cigarreras de la Fábrica de Tabacos para que las secundasen y entrevistándose con el alcalde Salvochea para tratar, infructuosamente,  de disuadirle de su intención.


CIGARRERAS DE CÁDIZ


Aunque la participación de la mujer en actividades políticas o sociales en igualdad de condiciones con el hombre tampoco fue una cuestión que se llegaran a plantear los republicanos por el momento, Cádiz contaba por entonces con una asociación republicana exclusivamente femenina, la Sociedad Republicana Federal de Mariana Pineda. Dicha asociación, como club republicano femenino, ya existía al menos desde septiembre de 1869. Pero fue el 18 de diciembre de 1870 cuando se constituyó oficialmente y el gobernador civil lo comunicó a la Alcaldía. Estaba presidida por la costurera y maestra Guillermina Rojas y Orgis y la secretaria era Dolores López, que había organizado previamente,  junto a otras gaditanas, una escuela femenina que le sirvió de base para la fundación de la asociación. Después del traslado de Rojas a Madrid, la presidenta de la asociación fue la cigarrera y periodista Margarita Pérez de Celis. 

Esta asociación fue la única que se manifestó en las calles de Cádiz en 1873 pidiendo que Salvochea expulsara no solo a las monjas de La Candelaria, sino a todas las de Cádiz. 
MARGARITA PÉREZ DE CELIS

Pero ambas manifestaciones no pasaron en ningún caso de unas doscientas personas, todas ellas mujeres, y no constituyeron ninguna alteración del orden público. Los hombres de la ciudad, se limitaron a leer en la prensa favorable o contraria a las medidas laicistas de Salvochea las noticias y las opiniones de los redactores, pero no actuaron en ningún sentido, salvo en la ya referida y muy notoria bajada de votantes republicanos en las elecciones municipales de julio, ganadas por las republicanos por la completa abstención de los opositores.

Todo apunta a la conclusión de que los acontecimientos contaron en general con una masa muy reducida de individuos favorables o contrarios y con una "masa neutra" muy elevada de personas indiferentes ante los hechos o atemorizadas ante la situación.

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Fermín Salvochea y sus ideas laicistas

FERMÍN SALVOCHEA SIENDO ALCALDE DE CÁDIZ 


Fermín Salvochea es una personalidad muy conocida de la historia gaditana. No pretendo, pues, desarrollar aquí un estudio detallado de su figura, sino tan solo hacer un breve recorrido por sus antecedentes familiares, su educación y las circunstancias en las que adquirió las ideas fundamentales que marcaron su actuación radicalmente laicista en 1873, cuando fue, sucesivamente, alcalde y presidente del Comité de Salud Pública del Cantón de Cadiz.

Era miembro de una familia mercantil de la ciudad. Su madre era prima hermana de Mendizábal (el autor de la desamortización de los conventos de regulares)  y su padre un comerciante acomodado que se dedicaba a la exportación de vinos a Inglaterra. Nacido el 1 de marzo de 1842, se educó en el colegio gaditano de San Felipe Neri.

Con quince años se trasladó a Inglaterra para estudiar el idioma y las últimas técnicas mercantiles. Los cuatro años en los que permaneció en dicho país fueron fundamentales en la conformación de sus ideas. Allí entró en contacto con los escritos del promotor del liberalismo y la democracia Thomas Paine, que le convenció de la unión y hermandad de los hombres por encima de nacionalidades y fronteras, y conoció personalmente a Charles Bradlaugh y a Robert Owen. El primero le hizo reflexionar sobre el ateismo, aunque esto no impidió que mostrase siempre un gran respeto a las creencias religiosas e ideas ajenas. Pero la influencia más importante de Salvochea durante su estancia en Inglaterra fue el socialismo utópico de Owen, coincidiendo con su visión de la religión como contraria a la libertad del ser humano.

Cuando regresó a Cádiz en 1861, Salvochea era un socialista utópico, ateo y convencido de la necesidad del internacionalismo. En poco tiempo entró en contacto con los seguidores del fourierista gaditano Joaquín Abreu. Los demócratas de Cádiz se reunían en el Círculo Filarmónico del Laurel. Tras la disolución de esta asociación por el gobernador civil sobre 1862, se organizaron en varios grupos de demócratas. Uno de ellos se reunía en casa de Julián Díaz, que sería concejal del primer Ayuntamiento republicano de Cádiz. Estaba formado por pequeños comerciantes y empleados, que leían y comentaban los artículos del periódico La Democracia, fundado por el republicano Emilio Castelar. Otro grupo estaba formado por trabajadores seguidores de Fernando Garrido, que se reunía en un taller de carpintería. Salvochea acudía a menudo a las reuniones de un tercer grupo en el taller de fotografía de los demócratas discípulos de Charles Fourier, Rafael Guillén Martínez y Enrique Bartorelo, donde se reunían también Ramón de Cala, Pedro Bohórquez y Fernando Garrido. Este grupo preparaba la revolución en alianza con el progresista Juan Prim. Salvochea pasó a formar parte del Comité del Partido Democrático de Cádiz por la época en que el capuchino gaditano fray Félix María de Arriete y Llano ocupaba la silla episcopal gaditana.

Tras los sucesos del cuartel de San Gil en junio de 1866, muchos progresistas y demócratas tuvieron que marcharse al exilio. Los demócratas gaditanos que quedaron en la ciudad trataron de extender sus ideas desde la clandestinidad, para lo cual usaron la Revista Gaditana, un periódico cuya temática no era, en principio, política. Entre la segunda mitad de 1867 y el primer trimestre de 1868, Salvochea colaboró junto con los demócratas gaditanos Narciso Campillo, Ambrosio Grimaldi, Pedro Canales, José Sanz Pérez y Buenaventura Abárzuza en esta publicación. Sus artículos ayudan a comprender la ideología que tenía en la
etapa inmediatamente anterior a la revolución de 1868, todavía alejada de su anarquismo posterior. El contacto con los fourieristas gaditanos se deja notar en estos artículos. Salvochea criticaba especialmente la hipocresía social de la sociedad burguesa, que justificaba la desigualdad entre los individuos y cambiaba las apreciaciones morales según la clase a la que se perteneciese. La sociedad juzgaba al ambicioso que tomaba lo que no era suyo como un conquistador digno de veneración, y al pobre que tomaba lo que necesitaba para subsistir lo tachaba de ladrón y castigaba. Salvochea estaba en contra de la desigualdad entre hombres y mujeres y la división de roles tradicional y criticaba el matrimonio y la familia tal como estaban concebidos por la sociedad burguesa. Siendo ateo, usaba frecuentemente citas religiosas de los evangelios.

A finales de la década de los sesenta se produjo un hecho que influiría de alguna manera en Salvochea y en los republicanos gaditanos. Fue la llegada de dos jóvenes krausistas, Alfonso Moreno Espinosa y Romualdo Álvarez Espino, ambos como catedráticos del Instituto Provincial de Cádiz. El krausismo pretendía una reforma del hombre y la sociedad y sus instituciones, incluyendo la religión. Estas ideas y el respeto krausista por la naturaleza fueron asimilados por Salvochea. Se puede afirmar que, aunque no fue krausista, su forma de ver la sociedad mostraba antes de la revolución de septiembre la influencia del krausismo, añadida a su base ideológica principal procedente de Robert Owen.

Los fracasos de la insurrección de los Voluntarios de la Libertad de Cádiz, que lideró Salvochea en diciembre de 1868, y de la de octubre de 1869, que llevó a cabo en algunos pueblos de la provincia gaditana, esta vez en unión de los diputados José Paúl  y Angulo y Rafael Guillén Martínez, fueron llevando a Salvochea a posiciones políticas e ideológicas cada vez más radicales.

FERMÍN SALVOCHEA DURANTE LA INSURRECCIÓN DE DICIEMBRE DE 1868

Aunque durante el Sexenio Democrático (1868-1874) todavía confiaba en que la sociedad podía cambiar por medio de la acción política, el socialista utópico de los momentos previos a la revolución, decepcionado por las crecientes dificultades para llevar a cabo desde el poder la revolución que él deseaba, fue acercándose cada vez más al anarquismo de Bakunin. En noviembre de 1871 un periódico catalán confirmaba que se había adherido a la Asociación Internacional de Trabajadores. El fracaso en 1873 de su experiencia política como alcalde y presidente del Comité de Salud Pública de Cádiz lo llevarían a declararse definitivamente como anarquista.

Su actuación relativa a la Iglesia en 1873, desde el Ayuntamiento y el Comité de Salud Pública, mostraría una visión contraria a la religión, por considerarla opuesta a las libertades de los individuos y responsable de las desigualdades y opresiones sufridas por el pueblo, muy próxima a lo que se puede denominar un “anticlericalismo anarquista”, aunque siempre rehusaría cualquier tipo de violencia contra el clero y se mostraría dispuesto a respetar el ejercicio privado de cualquier religión.

Cuando llegaron al poder municipal los republicanos federales “intransigentes” bajo la dirección de Salvochea, trataron de imponer en Cádiz las consecuencias laicistas del proyecto secularizador republicano. El protagonismo eclesiástico de la confrontación pasó a manos del gobernador eclesiástico Fernando Hüe y Gutiérrez, que  tuvo que luchar contra las medidas locales de Salvochea, dictaminadas por los dos Consistorios republicanos que se sucedieron, el de marzo y el de julio de 1873, y por el Comité de Salud Pública, buscando, y encontrando, el apoyo del Gobierno de la república.

Entre marzo y julio de 1873, el primer Ayuntamiento de Salvochea derribó el convento de monjas e iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria; aprobó un nuevo Reglamento de Beneficencia Municipal que eliminaba las Juntas Parroquiales y prescindía de los miembros del clero; secularizó el cementerio municipal; eliminó todos los símbolos religiosos de las calles; se apropió de los templos de los conventos desamortizados de La Merced, Santa Catalina y San Francisco, así como de sus obras artísticas, e intentó vender la Custodia del Corpus Christi.

En julio, Miguel Mendoza, alcalde interino, y Salvochea como presidente del Comité de Salud Pública del Cantón de Cádiz, prohibieron el culto externo, se apropiaron de todas las iglesias menos las parroquias, así como de los dos conventos de monjas que quedaban abiertos en Cádiz, y desalojaron al Seminario Conciliar de San Bartolomé de la parte alta del edificio de Santiago, antiguo convento de los jesuitas.

Después de la pérdida del Cantón, las ideas de Salvochea evolucionaron hacia el anarquismo, convencido que nada se podía hacer desde el poder político. Con el tiempo, sería mitificado como un “santo laico”. Siendo una personalidad completamente opuesta a la religión, coincidía con el obispo fray Félix en su gran preocupación por los más necesitados, aunque la interpretación de cómo se les podía ayudar era totalmente distinta en uno y otro: Fray Félix veía a la pobreza como algo no solo inevitable sino necesario para dar la oportunidad a los más acaudalados de ejercer la caridad cristiana, logrando de este modo la salvación tanto pobres como ricos desde la condición que había asignado Dios a cada cual; Salvochea, por el contrario, creía en la emancipación de los pobres al margen de la religión, mediante el reparto justo de la riqueza disponible.

ALGUNAS OBRAS INTERESANTES PARA CONOCER LA FIGURA DE FERMÍN SALVOCHEA:
  • MAURICE, J., et. al., Fermín Salvochea: un anarquista entre la leyenda y la historia, Cádiz, Quorum Editores, 2009. 
  • MORENO APARICIO, I., Aproximación histórica a Fermín Salvochea, Diputación Provincial de Cádiz, 1982.
  • PARRILLA ORTIZ, P., El Cantonalismo Gaditano, Ediciones de la Caja de Ahorros de Cádiz, Cádiz, 1983.
  • PUELLES, F. de, Fermín Salvochea. República y anarquismo, Sevilla, 1984.
  • MARCHENA DOMÍNGUEZ, J., 
    • “Aspectos literarios de Fermín Salvochea”, en Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, núm. 10, 2002, pp.69-75
    • “Fermín Salvochea en vísperas de la “Gloriosa”. Aproximación ideológica”, Trocadero. Revista de Historia Moderna y Contemporánea, núm. 1, 1989, pp. 161-176.
MÁS INFORMACIÓN EN MI LIBRO:

viernes, 13 de marzo de 2015

El canónigo Fernando Hüe. ¿Un sacerdote liberal?

FERNANDO HÜE, SIENDO OBISPO DE TUY

La figura de Fernando Hüe y Gutiérrez merece especial mención entre los miembros más destacados de la Iglesia de Cádiz durante el Sexenio Democrático. Su aportación personal en la defensa de los intereses del Obispado fue de la mayor importancia en sus momentos más difíciles, a partir de abril de 1873, cuando fue designado gobernador eclesiástico. Los esfuerzos de Hüe se enfocaron en la devolución de los templos y obras de arte incautados por el Ayuntamiento republicano federal de Fermín Salvochea.
Había nacido en la pequeña localidad gaditana de Zahara de la Sierra el 8 de mayo de 1834. A partir de 1841 residió en Sevilla, donde estudió Latinidad y Humanidades en el colegio de San Diego, fundado y regentado por Alberto Lista, de quien fue Hüe, según relata José de León y Dominguez (en su obra  Recuerdos gaditanos, Cádiz, Tipografía de Cabello y Lozón, 1897)  “muy querido y aventajado discípulo en las clases de Literatura e Historia”. 
Entre 1848 y 1856 cursó Jurisprudencia Civil y Canónica en la Universidad de Sevilla. En 1857 se incorporó al colegio de abogados de Sevilla y en mayo de ese mismo año se ordenó de menores y subdiácono. En septiembre del mismo año fue ordenado diácono por el obispo de Cádiz Juan José Arbolí, cuando se hallaba este en visita pastoral en Jimena de la Frontera. El arzobispo de Burgos le nombró su vicesecretario de cámara y secretario de visita, ordenándole de presbítero el 28 de mayo de 1858 y confiriéndole al año siguiente un beneficio. En 1867 hizo oposición para canónigo doctoral de Burgos, no siendo elegido por ocho votos contra doce.
En julio de 1868 el canónigo de doctoral de la catedral de Cádiz, Diego Herrero Espinosa de los Monteros, renunció a su prebenda[1].  De forma aparentemente inexplicable, Herrero volvió a figurar nominalmente como miembro del Cabildo Catedral al estallar la revolución. La razón es que, siguiendo el Concordato de 1851, la cobertura de las vacantes producidas por renuncia no  correspondía al obispo, sino a la Corona. Y el obispo de Cádiz, Félix María de Arriete y Llano, no deseaba que el Gobierno provisional realizase el nombramiento, ya que al faltar la reina dudaba sobre su potestad para hacerlo. El Gobierno provisional no se había percatado de la renuncia y Diego Herrero volvió a figurar en las actas del Cabildo a pesar de que ya no se personaba en los capítulos. En abril de 1869 el Cabildo decidió tomar la iniciativa y convocar la oposición, como si correspondiera al prelado. El día 9 Diego Herrero volvió a renunciar a su prebenda de canónigo doctoral, convocándose oposición a toda prisa para evitar que el Gobierno se percatara de lo que estaba sucediendo[2].
A pesar de la diligencia del Cabildo, el prelado continuó esperando por si el Gobierno provisional se pronunciaba sobre la designación. Como a primeros de junio no había ocurrido nada nuevo, el Cabildo Catedral volvió a insistir en la conveniencia de no demorar la oposición a la canonjía doctoral, antes de que “algún trastorno público, tan de temer en estas circunstancias”, impidiera hacerlo. Había dos peticionarios y el Cabildo pidió permiso al prelado para iniciar los ejercicios de oposición[3].
El proceso que llevó a Fernando Hüe a la canonjía doctoral de Cádiz fue la primera prueba de su carácter y personalidad. Había solicitado entrar en la oposición, al igual que su amigo y compañero de universidad Marcelo Spínola y Maestre[4]. Pero el 22 de junio de 1869, cuando se iba a proceder al acto de dar las puntuaciones correspondientes, no se presentó enviando un oficio de renuncia. La comisión encargada de la oposición suspendió el acto y el Cabildo Catedral comunicó lo sucedido al obispo, así como su acuerdo de dar una prórroga de quince días para el comienzo de los ejercicios[5]. Hüe, que también había mandado la renuncia al obispo, decía hacerlo “por razones poderosas de propio decoro”, que no manifestaba “por respeto a ciertas personas”[6]. Lo que había ocurrido es que no se le había dado suficiente publicidad a la convocatoria y Hüe interpretó que con ello se quería evitar que se presentasen otras personas. Las palabras de Hüe en su renuncia hacen suponer que él daba por seguro que ya se había decidido antes de la convocatoria que Diego Herrera sería sustituido por Marcelo Spínola. Sin embargo, el motivo para que la convocatoria no tuviese la suficiente publicidad no era el que pensaba Hüe sino el temor de que el Gobierno se percatase de que la canonjía objeto de la convocatoria correspondía a su turno. El obispo aceptó la ampliación del plazo para proceder a la elección y Hüe, seguramente informado de la razón por la que no se había dado difusión a la convocatoria,  solicitó de nuevo su admisión, una vez se habían “desvanecido los motivos que le indujeron a retirarse de la oposición”[7]. El 9 de agosto se procedió a la elección de canónigo doctoral. Se había aceptado un nuevo opositor José María Mirete, de Alicante. Después de tres votaciones consecutivas no se pudo llegar al nombramiento por empate entre Hüe y Spínola[8]. El obispo no quiso emitir su voto decisivo, pero sugirió al Cabildo que la designación debía corresponder a Hüe por ser el  de mayor edad entre los dos opositores que habían empatado. Hüe quedó designado como canónigo doctoral de Cádiz, tomando posesión el 26 de agosto de 1869[9].
El hecho de haberse formado como discípulo de un clérigo como Alberto Lista, que se mostró frecuentemente como liberal, su vocación tardía, sin conocer el paso por un Seminario, y su formación como abogado, no convierten a Hüe necesariamente en un clérigo liberal. Pero el doctoral, una vez designado gobernador eclesiástico en 1873, demostró ser un sacerdote de ideas abiertas en comparación con la mayoría. Los escritos que dirigió a la Alcaldía de Cádiz y a los Gobiernos de la república para defender los intereses locales de la Iglesia en 1873 lo confirman, pues se ciñeron siempre al reconocimiento de la legalidad política y nunca pusieron en duda las leyes eclesiásticas del Sexenio Democrático. Esto podría no ser más que una estrategia, pero lo cierto es que sus argumentos fueron básicamente jurídicos y nunca utilizó los de carácter religioso para lograr sus objetivos, circunstancia que resultó fundamental para el éxito de sus peticiones.
Esta forma de enfocar la defensa de los derechos diocesanos la mostró Hüe en 1873 desde su primera comunicación a la Alcaldía republicana de Cádiz, con motivo de la orden de desalojo del templo del convento de La Candelaria, en la que comenzaba diciendo: “Esa Alcaldía comprenderá que es mi deber como encargado del Gobierno Eclesiástico de esta Diócesis primeramente protestar contra esa determinación que lastima los derechos de la Iglesia y conculca los que cree este Gobierno eclesiástico tener al amparo de la legalidad vigente[10] (La cursiva es mía).


[1]  En el Archivo Diocesano de Cádiz, legajo 158, se encuentra la admisión del obispo de su renuncia, fechada en 14 de julio de 1868.
[2]  Archivo de la Catedral de Cádiz, Actas del Cabildo, libro 69, 13 de abril de 1869, pp. 218-21.
[3]  Archivo Diocesano de Cádiz, Carta del Cabildo Catedral al obispo de fecha 7 de junio de 1869.
[4]  El contrincante para el puesto de Doctoral que ganó Fernando Hüe, Marcelo Spínola y Maestre, hijo del Marqués de Spínola, había nacido en San Fernando (Cádiz) el 14 de enero de 1835. El 29 de junio de 1856, obtuvo la Licenciatura en Derecho por la universidad de Sevilla, y allí coincidió con Hüe. Se estableció como abogado en Huelva prestando servicio gratuito a los pobres. Fue ordenado sacerdote en 1864 en Sevilla, donde ejerció como párroco de San Lorenzo, entre 1871 y 1879, año en el  que el arzobispo Joaquín Luch le nombró canónigo de la catedral de Sevilla. Después del Sexenio Democrático, sería obispo de la Diócesis de Coria (Cáceres) entre 1885 y 1886, siendo posteriormente designado para la Diócesis de Málaga, cuya silla episcopal ocupó entre 1886 y 1896. Finalmente, fue arzobispo de Sevilla y a partir de  1905 cardenal. Vid., RUIZ SÁNCHEZ, J-L., Beato Marcelo Spínola y Maestre: Cardenal arzobispo de Sevilla (1835-1906), Ayuntamiento de Sevilla, 2007.
[5]  Archivo Diocesano de Cádiz, legajo 158. Carta del Cabildo Catedral al obispo de fecha 22 de junio de 1869.
[6]  Archivo Diocesano de Cádiz, legajo 158. Instancia de Fernando Hüe al obispo renunciando a su solicitud de participar en la oposición para canónigo doctoral de Cádiz, fechada el 19 de junio de 1869. El motivo por el que Hüe retiró su petición para entrar en la oposición era que creía que Diego Herrero había promocionado la candidatura de Marcelo Spínola y que, por esa razón, no se había procedido a comunicar a todas las Diócesis la oposición.
[7]  Archivo Diocesano de Cádiz, legajo 158. Instancia de Fernando Hüe al obispo solicitando su readmisión, de fecha 4 de julio de 1869.
[8]  Archivo de la Catedral de Cádiz, Actas del Cabildo, libro 69, 9 de agosto de 1869,  p. 267.
[9] Archivo de la Catedral de Cádiz, Actas del Cabildo, libro 69, pp. 273 vto.-276. De los otros dos opositores, José María Mirete, fue recomendado para ocupar un puesto en el colegio de San Felipe Neri, siendo nombrado profesor del mismo. También fue recomendado Marcelo  Spínola, pero no aceptó.
[10]  Archivo Municipal de Cádiz,  Caja 6677, carpeta “Derribo de La Candelaria”.

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