jueves, 2 de agosto de 2018

Entrevistas inverosímiles: Quinto Fulvio Novilior, cónsul de Roma

A lo lejos se veían venir algunos bañistas, que, sin duda, trataban de convencerse —con escaso éxito—, de que estaban haciendo un ejercicio muy sano que iba a compensar con creces la multitud de excesos culinarios del verano.

No había nadie a mi alrededor, o eso me pareció; por eso me extrañó sobremanera oír de repente una voz alta y clara a mi derecha, casi pegada a mí. Giré la cabeza y solo vi la luz cegadora que lo envolvía todo. Cerré un poco los ojos y entonces lo distinguí claramente: era un tipo extraño: tan alto como desgarbado; tan huesudo como barrigudo. Tuve la sensación de que su faz desprendía una nobleza que solo se aprecia en ciertas y escasas personas; sin embargo sus mejillas y su nariz, elocuentemente rojas, me mostraban más bien a uno de aquellos beodos del inmortal Velázquez.

—Pues no lo veo…—Esas fueron sus primeras palabras; las que me sobresaltaron.
—¿A qué se refiere? —le dije, mientras me percataba de su indumentaria.
—Al templo de Hércules. Me habían asegurado que estaba ahí.
—No anda descaminado… —le indiqué— Verá: aquí hubo un templo dedicado a Hércules que fue edificado antes por los fenicios en honor a Melkart… Pero de eso hace muchos siglos. Una parte está bajo el mar y la otra debajo del edificio que ve usted ahí, en ese islote, que es una antigua fortaleza militar. 

 
CASTILLO DE SANCTI PETRI,
 SOBRE LAS RUINAS DEL TEMPLO DE HÉRCULES

—¿Cómo que muchos siglos? Hace un par de horas salí de Gades y me dijeron que no tenía pérdida…
—¿De Gades?  —Mi impresión de que estaba hablando con un loco iba cobrando fuerza—. Mira amigo: no sé de qué comparsa, coro o chirigota te habrás escapado, pero quítate ese disfraz y date un baño, que me parece que te hace buena falta.
—¡Voto a todos los dioses! ¿Quién te has creído que eres? ¡Ten cuidado que estás hablando con un censor de Roma!
—Pues tú estás hablando con un gaditano que quiere estar tranquilo y que no le den la vara —El tipo raro miró hacia uno y otro lado, dando muestras de gran irritación e impotencia.
—¿Dónde se habrán metido los hombres de mi escolta? ¡Cuando lleguen te vas a enterar! ¡A la misma Roma te voy a llevar como esclavo! ¿Eres turdetano?
—Jajaja. Al final nos lo vamos a pasar bien. ¡Venga, te voy a seguir la corriente! Pues podría decirse que sí. Vivo cerca de Gades y, aunque mis ancestros no son originarios de la Turdetania, ya me considero de estas tierras. ¿Y tú quién eres? Ya sé: censor de Roma; me refiero a tu nombre.
—Soy Quinto Fulvio Nobilior, miembro de una familia de origen plebeyo que ha conseguido llegar a lo más alto.
—Pero ¿no era ese el cónsul que luchó contra los celtiberos de Segeda y Numancia?
—Claro: ese soy yo. Es que de eso ya han pasado algunos años. Ahora soy censor.
—Así que has venido a hacer una visita al templo de Hércules…
—Bueno…, no exactamente. He venido a Gades a cerrar algunos negocios familiares. Tengo un barco esperando un buen cargamento de garum. Tampoco voy a perder la ocasión de llevarme algunas bailarinas de la ciudad a Roma. Como sabrás, la salsa que hacéis con las vísceras de algunos pescados y las bailarinas de Cádiz son de lo más apreciado en mi ciudad.
—Eso había oído. O, mejor dicho, leído.
—Bueno, dejemos esta conversación. Si no puedes decirme dónde está el templo, esta conversación huelga. No me suelo dedicar a hablar con gente de baja posición y menos con hispanos.
—Pero, Gades, según tengo entendido, es ciudad foederata de Roma y no stipendiaria. Vamos, que no ha sido conquistada y es una ciudad amiga y aliada que no paga impuestos a Roma.
—Sea lo que sea, tú eres un bárbaro hispano y, por tanto, poco de fiar. Desde mi campaña en Celtiberia no me fío de ninguno de vosotros.
—Tendrás que reconocer que fracasaste estrepitosamente y que fue por tu exclusiva responsabilidad.
—La historia me hará justicia. Estuve mal asesorado por mi lugarteniente. Y no hablemos de la ineptitud de mis legados…
—No es lo que dicen Polibio y otros historiadores de tu época.
—Mira, me importa menos que nada lo que opinen esos griegos. Yo hice mi trabajo y aquí me tienes: nada menos que censor. Cuando regresé a Roma quedó demostrado que todo se debió a la maldad y carácter traicionero de los celtíberos. ¿Y cómo es que un salvaje como tú sabes tanto de mis cosas?
—He leído todo lo que se sabe sobre tu campaña en Celtiberia. Ya sabes: lo de Segeda, tus derrotas en el río Valdano y ante las murallas de Numancia… 

BATALLA DEL RÍO VALDANO

—Lo primero fue una emboscada traicionera. Y lo segundo supongo que te refieres a lo de los elefantes. El plan era perfecto; la culpa fue de los númidas.

ELEFANTES EN NUMANCIA

—Siempre te disculpas en los demás. ¿Sabes? He escrito una novela que te pone en tu sitio. Sinceramente: eres un tipo vanidoso, inexperto, creído y pagado de sí mismo; un militar desastroso e inepto que no sab…

En ese momento, el que se decía censor de Roma levantó la mano derecha con el puño cerrado, en ademán de propinarme un fuerte puñetazo. Cerré los ojos y traté de protegerme con los brazos. No ocurrió nada: cuando abrí los ojos no había nadie.

Puedo asegurar que cualquier parecido que pudiera tener este encuentro con la realidad es pura ficción. 

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